“[-]Piye tomó Hermópolis al rey enemigo Nemrot, y avanzó hacia las cuadras de los caballos y los aposentos de los potros. Cuando vio que habían sufrido hambre dijo: “Juro, como Ra me ama y como mis narices se han renovado de vida, que es más grave a mi corazón que los caballos hallan sufrido hambre que cualquier otra mala obra que tú (Nemrot) hallas cometido”.
El amor de los egipcios por sus mascotas y por todos los animales en general les llevaba a momificar sus cuerpos con los honores dignos de un rey.
Y la mejor prueba de ello es este cánido de caza, encontrado en la tumba KV50 del Valle de los Reyes, perteneciente con toda probabilidad a un faraón de los tiempos de Horemheb.

Así relata su hallazgo el descubridor de sus restos:
“Descendí por el pozo y entré en la cámara, la cual reveló una temperatura extremadamente alta y un techo demasiado bajo. Me asusté cuando ví cerca de mí un perro amarillo de tamaño natural levantado sobre sus patas, con su corta cola ondulada detrás y sus ojos abiertos. A pocos centímetros enfrente de él había un mono sentado, en perfectas condiciones; durante un momento pensé que estaban vivos, pero en seguida observé que habían sido momificados y que los antiguos saqueadores los habían despojado de sus vendajes. Evidentemente habían sentado al mono sobre un fragmento de su sarcófago de madera y habían colocado al perro frente a él, casi tocándose con los hocicos. Creo que los ladrones los colocaron así para divertirse [-]”.
De 17 centímetros de alto y 56 de largo, el can fue enterrado a su muerte junto con un babuino (que se preserva también de manera fascinante), y momificado para conservar su cuerpo en la Otra Vida.
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