Solo y sin conocer el idioma, consiguió empeñar algunas de sus pertenencias y se las ingenió para llegar hasta Londres donde, al ser reconocido y acosado por la turba al bajar del tren, que le increpaban e intentaban quitarle la gorra con velo que le cubría el

Allí le hizo ingresar de modo fraudulento pero la negativa del hospital a mantener enfermos crónicos les hizo tener que buscar otras vías alternativas. Aterrado ante la idea de que pudiesen volver a mandarle a la WorkHouse, Joseph sugirió que le mandasen a un faro o a un asilo para ciegos, porque de esa manera podría relacionarse con los otros enfermos sin verse lastrado por su monstruoso aspecto.
Albergando aún alguna esperanza de que pudiese permanecer con ellos, el director del hospital tuvo la idea de insertar un anuncio a la prensa solicitando ayuda económica para poder hacer un fondo para Joseph y así poder justificar el tenerle alojado en el centro del por vida. Y la respuesta fue unánime: se recibieron cuantiosas sumas de dinero que le proporcionaron unas habitaciones exclusivas para su persona, las cuales se convertirían en su último hogar.
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